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Sabemos que ahora de una manera incruenta. Sin derrama– miento físico de sangre. Pero sacrificio al fin y al cabo. Y en su gran sacrificio, reasumió todos estos. Y fue triturado hasta lo sumo para que su ¡ay! se prolongara hasta el fin de los tiempos. Nosotros cada día comemos el pan. Nosotros cada día bebe– mos el vino. Nosotros, quizá, comulgamos con frecuencia. Pense– mos un poco en que todas esas cosas tan sabrosas han llegado a nosotros a través de la trituración. Cristo a través del sacrificio. Sin eso no se habría logrado la transformación. En nuestra vida tiene que ser igual. Nos quedan, al correr de los días, rincones del alma donde no ha entrado la luz, porque la gran trituradora del dolor no ha abierto un boquete. Si sabemos mi– rar aprenderemos una lección. La lección nuestra, cotidiana, de nuestro propio dolor. Que no nos suceda a nosotros lo que decía aquel pensador: "El corazón se disipa e incluso se diseca cuando no tiene nada que sufrir". Pero pidamos a Dios que nos vaya triturando poco a poco. Porque somos limitados en la alegría y mucho más en el dolor. Porque tanta harina de dolor a la vez nos puede atrancar las vías de la esperanza y del gozo. Que en el rosario de nuestra vida haya espinas, pero que no falten los pétalos. Para que !as rosas sean perfectas. Como decía aquella alma muy probada por los dolores, cuan– do el sacerdote le decía que era que Dios se acordaba de ella: -"Pues ya se podía acordar un poco menos". Lo decía con su de– jo de picardía, sabiendo lo fácil que es aconsejar cuando no se su– fre, pero que a nadie le duele tanto como al que le duele... Pero ella sabía sufrir. Y ofrecerlo a Dios. Como granos de trigo, como granos de uva, sepamos ofrecer– nos al Ser, en ofrenda humana y divina, para que él nos vaya tritu– rando poco a poco. Como él sabe hacerlo. Sin aplastarnos, pero sin dejar de hacer su gran obra en nosotros. Transformándonos en algo mucho mejor: "Pues si el grano de trigo ... " "Y los molinos de Dios muelen despacio, pero hacen una molienda muy fina". -89-