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LA PARADOJA DE LA CRUZ "Mirad, mí siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano; así asombrará a muchos: ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito (Is 52, 13-15) (U.E.). También a nosotros, después de veinte siglos marcados por el signo de la cruz, nos parece algo inaudito el que Cristo nos haya salvado por medio de la cruz. Porque dejamos a un lado las diver– sas aplicaciones de la profecía, que se pueden referir a diversos personajes como símbolo, y nos paramos en la realidad: El verda– dero Siervo de Jahvé ha sido Cristo. Pues bien, aunque nos parezca algo inaudito, sin embargo el éxito a Cristo le ha venido por la cruz. Porque él lo ha querido así. Esto inspiró el himno triunfal, que resume la vida eterna, la vida do– lorosa y la vida gloriosa de Cristo, al apóstol S. Pablo. Inspirado por Dios, dice de Cristo: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condi– ción de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nom– bre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre". (Fil. 2, 6-11). Por eso dejemos el espanto, dejemos a los reyes de la tierra, que tienen otras armas y que nuestro asombro suba de grado ante este hecho inaudito de un hombre que muere en una cruz como un malhechor y triunfa sobre la historia y sobre los hombres. -84-

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