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EL DESIERTO RIE "Esto dice el Señor: El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narci– so, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débi– les, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará". ( lsaías 35, 1-4) (U.E.). Siempre hemos oído decir que el desierto lloraba. Cuando sus nubes de arena no dejan ver el sol, cada arenilla es una lágrima. Y llora como un romántico la ausencia de las fuentes, de las prade– ras, de los árboles, de los ríos ... Y el beduino de turno agazapado detrás de su tienda de lona, dice al turista que oye el llanto inmen– so: Es el desierto que llora. Ahora nos dice el profeta lsaías que se alegrará, una vuelta total: del llanto a la risa. ¿Qué significa todo esto? Tras de todo esto yace un símbolo profundo para el pueblo is– raelita y para cada uno de nosotros. En la historia del pueblo de Israel el desierto significó mucho. Significó la salida de la esclavitud de Egipto, la purificación de su idea de Dios, la lucha contra la idolatría y el becerro de oro, la pro– clamación de las tablas de la ley entre los truenos y relámpagos del Sinaí, y por fin la tierra prometida. Este pasaje de lsaías escrito por uno de sus discípulos, tam– bién profeta, después de la cautividad de Babilonia, viene a recor– darnos que el cautiverio del pueblo escogido fue un desierto de purificación. Pero al fin termina la prueba, y vuelve gozoso a su tierra, la tierra prometida. -78-
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