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ro salvado en el .alma. Esta es nuestra confianza para él y para nos– o-:ros. Nuestra Eucaristía de ahora es una acción de gracias a Dios por esta salvación, y una celebración gozosa de este mismo hecho. Pero, y aunque la salvación sea un don de Dios, no podemos de– jarlo todo a El. Dios pide nuestra cooperación para salvarnos a nos– otros y para salvar a los demás. San Agustín dijo en frase lapidaria y genial aquello de "quien te hizo a ti sin ti, no te salvará a ti sin ti". Nosotros tenemos que ayudar a la obra de Dios. Podemos muy bien decir: Sálvate y Dios te salvará. El lo ha hecho todo. Ha pues– to a nuestra disposición todos los elementos para salvarnos, pero si nosotros nos empeñamos en no aprovecharlos, ¿para qué nos sirven? Además, y esto es una gran responsabilidad para nosotros. El nos ha asociado a su obra salvadora. Célebre es la escena del Gé– nesis (cap. 18) cuando Dios pasa ante la tienda de Abraham cami– no de Sodoma y Gomarra que va a arrasar con el diluvio de fuego. Saca a su amigo Abraham de la tienda, le lleva hasta el alto desde donde se divisan las ciudades y le cuenta lo que va a hacer. En– tonces Abraham comienza un regateo con Dios. Pide la salvación de aquellas cinco ciudades, diciendo que El es un Señor justo, y poniendo como prenda de salvación a los hombres justos que ha– ya allí. Y va bajando la cifra: 50, 45, 40, 30, 20, 10. Ni siquiera ha– bía diez justos. Como Abraham que había suplicado tanto jugó la última baza de los diez que pensó no podía fallar, pues ¿no iba a haber diez justos en cinco ciudades?, la perdió y no insistió más. Le faltó ese arranque último de decirle: Salva al hombre a pesar del hombre. O el de Moisés: "sino bórrame a mí del libro de la vida". Lo cierto es que el hombre ha sido cooperador de Dios en la salvación de los demás. Cantidad de casos podríamos contar. Algu– nos estremecedores, de cómo Dios acepta la vida de los hombres para salvar a otros hombres. Y uno pregunta: ¿No bastó la vida de Jesús? Pues es más que suficiente, pero también es cierto lo de S. Pablo: "Suplo en mi carne con mis padecimientos lo que falta a la • redención de mi Señor Jesucristo". -75-

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