BCCCAP00000000000000000000808

la tierra. Nosotros, los que caemos rendidos por la muerte, tenemos la promesa cierta del Señor: "Aniquilará la muerte para siempre". Cuando el célebre escritor sueco Axel Munthe visitó e'! norte de Suecia, los lapones quedaron admirados de su reloj. Entonces el reloj era un artículo de lujo. Ellos jamás habían visto nada seme– jante. Y le creían un ser con vida. Una especie de duende que ca– minaba con sus patas alargadas detrás del cristal. Le preguntaron: -¿No le habla? ¿No le dice algo, alguna vez? -Sí, me está hablando constantemente. Cada minuto me grita que tenemos que desaparecer para siempre. -Pues -le resondieron- se burla de usted. Eso de que des– aparecemos para siempre no es verdad. Es una gran mentira. Pues nosotros, después de la muerte, tenemos que vivir. Los lapones, entre sus nieves y nieblas, habían vislumbrado la inmortalidad. Es algo que el hombre lleva grabado en su propia naturaleza. Por ello un pensador cristiano exclamaba: "Ahora, oh Inmortalidad, ya eres completamente mía. A través de la venda que cubre mis ojos, pasa tu brillo, como el de mil soles. Siento que me nacen alas y que flota mi espíritu tranquilo en los etéreos espacios; y del mismo modo que un buque llevado por el soplo del viento ve cómo, paulatinamente, van desapareciendo el puerto y la ciudad, así yo veo cómo toda mi vida se va hundiendo en el crepúsculo. Aún distingo los colores y las formas y ahora to– da niebla se extingue debajo de mí" (Kleist). La fe sí que barre toda niebla. Nos da una certeza .absoluta. Porque "lo ha dicho el Señor". Y ¿qué ha dicho el Señor? Lo que todo el mundo repite y nos- otros comentaremos en la página siguiente: "Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación". ~73-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz