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¡V E N C E D O R E S D E L A M U E R T E! "Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor". ( Is. 25, 8). Hay una constante en la. vida de la humanidad: Su anhelo uni- versal de inmortalidad. Desde siempre el hombre ha luchado contra la muerte. Desde siempre soñó con algo que le hiciera inmortal. Un fruto paradisíaco, una hierba mágica, una fuente de la juventud pe– renne ... Y siempre el hombre salió derrotado. Ahora tenemos una prueba más. Con esto queda demostrada una cosa: A pesar de la muerte de los hombres, la inmortalidad responde a un hecho. El hombre tiene una semilla de inmortalidad dentro de sí. Para decirlo en cristiano y directamente: tiene un alma inmortal. Si el hombre ha fracasado reiteradamente en su lucha contra la muerte, es porque ha planteado el problema meramente en el plano terreno. Porque ha luchado por sí mismo en una batalla des– igual. No se ha aliado con Dios. Y para vencer a la muerte hay que aliarse al Dios inmortal, que es el único inmortal y eterno desde siempre, de cuya inmortalidad nos ha hecho partícipes. Porque él nos ha creado de la nada un alma inmortal y nos ha dado una promesa segura, infalible, de vida eterna. La lectura de hoy, a cuyo final hemos dicho "palabra de Dios", nos asegura rotundamente: "Aniquilará la muerte para siempre". Es doloroso tener que pasar por esa frontera amarga de la muerte para alcanzar la orilla de la inmortalidad. Pero es preciso. El hombre es como el fruto que cae del árbol y lleva dentro su se– milla de fecundidad. La muerte es inherente a la vida, como el an– dar. Pues es andar tanto el levantar el pie como dejarlo caer sobre -72-

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