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En estas páginas de lsaías el cielo se nos ofrece en la imagen de "un festín de manjares suculentos". Una imagen muy oriental, muy repetida a lo largo de la Biblia. También en el Evangelio. Por– que en esa imagen se quiere condensar todo lo mejor que el hom– bre pueda concebir. En el cielo y en la tierra. Recuerdo ahora las palabras blasfemas de Enrique Heine, un gran poeta, pero un gran blasfemo en esta ocasión, cuando escribió: "Dejemos el cielo para los gorriones y los ángeles. Nosotros que– remos champán, rosas y baile. Nosotros... " Nosotros queremos el festin de Dios. Creo que nadie quisf~ra ser excluido del mismo. Pero hay que ganar esa invitación. Porque en la imagen del monte el profeta desea expresar, sin duda, el es– fuerzo que los hombres han de hacer para conseguirlo. Lo cual no deja de ser un a:iciente para nosotros. Pues aunque sea el cielo un don gratuito, Dios quiere nuestra cooperación. La cooperación a esa gracia de Dios que ya es la gloria en germen. Entonces no será el cielo en germen, sino el cielo tal cual es. ¿Qué es el cielo? El cielo es Dios. Un cielo sin Dios no sería cielo. El lo llena todo. El preside ese festín eterno donde nosotros estare– mos invitados y dichosos. Las palabras del profeta nos insinúan que allí Dios se descu– brirá totalmente, se mostrará tal cual es. Esto nos recuerda, tam– bién, unas palabras de S. Pablo (1 Cor. 2,9). Dejemos de dar vuel– tas, de imaginar el· cielo. Por mucho que pensemos no dejaremos de compararlo con algo que en la tierra hayamos visto o experimen– tado. Pero la realidad se nos escapa. Pues a Dios sólo fo podemos conocer por analogía: todo lo bueno está en El, todo lo malo está ausente de El. Aún así quedamos muy por abajo de la realidad. Pues Dios es el que es, el inefable, el eterno, el infinito, la bondad suma ... ¿Qué más? Ese Dios nos ha i_nvitado a nosotros. Ese Dios es– tará con nosotros y nosotros estaremos con él. El invita a todos. No hay clasismos para Dios. Nos ha creado a todos. Somos sus creaturas y sus hijos. La vida es una preparación para ese encuen– tro definitivo que él nos ha preparado. -71-
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