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Al autor del libro de la Sabiduría se le puede disculpar, ya que no llegó a conocer la plenitud de los tiempos. Pero desde que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" no podemos despre– ciar el cuerpo. Más bien ayudar al cuerpo y pedirle que nos ayude. La unión del cuerpo y el alma es tan íntima -cosa que no conoció Platón ni los neoplatónicos- que depende el buen fun– cionamiento del alma de la buena marcha del cuerpo. Un cuerpo enfermo puede oprimir al alma. La paraliza por así decirlo. Por eso el dicho antiguo de "mens sana in corpore sano" nos parece perfecto. Es un ideal al que todos tendemos y que en muy pocos hombres se da con perfección. Todos arrastramos algún lastre de enfermedad o de lo que sea, por la vida que a veces amenaza con hundirnos. Pero los grandes hombres saben luchar contra esas ca– denas oprimentes y superarlas. También nos parece perfecta la metáfora que usaba S. Fran– cisco de Asís para el cuerpo: "El hermano asno". Pues efectiva– mente él nos lleva. Pero tenemos que domarlo, enseñarlo, guiarlo, tener bien fuertes las riendas, a veces, para que no nos despeñe. Se debe llegar a uná armonía tan grande entre el cuerpo y el alma que se ayuden mutuamente y el cuerpo no estorbe el vuelo del espíritu. Pero nunca despreciar el cuerpo. Si se le mortifica, hay que volver a citar a S. Francisco que al final de su vida pidió perdón a su cuerpo por las penitencias pasadas, es -se lo dijo él- para que tenga una gloria mayor en el cielo por toda la eter– nidad. Pues el cuerpo también tendrá su glorificación. De eso esta– mos plenamente seguros. Entonces "cuando todo lo que tenemos de mortal esté revestido de inmortalidad, sentiremos mejor fa dig– nidad de nuestra alma y la eminencia de sus cualidades; sabremos entonces lo que es un espíritu" (Rubén Darío). -65-

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