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Y la sabiduría es para traducirla luego en la práctica. Saber por saber, es vano egoísmo. Se puede ser un pozo de ciencia y marcharse con ella a la tumba, sin haber dejado rastro en este mundo. La sabiduría cristiana debe ser, lo primero, para conoce( la voluntad de Dios y cumplirla rectamente. Quien más escudriña en esta voluntad de Dios que de mil ma– neras se manifiesta a los hombres más cerca está de la auténtica sabiduría. Sabiduría que nos haga salir de mil perplejidades. Sabiduría que nos lleve a formar rectamente nuestra concien– cia, que en último término es el piloto que nos guía en medio de' maremagnum de las mil opiniones. Sabiduría que se apoya, sobre todo, en la palabra de Dios transmitida a través de los siglos. En las enseñanzas de aquellcs constituidos en autoridad en la Iglesia, y en los sabios que a lo largo de los tiempos han volcado su saber sobre la ignorancia de los humanos. Decía en este sentido, Madame de Stael, que "la moral es la sabiduría de los siglos". , Ante estas afirmaciones, podemos preguntarnos, ¿el típico hombre moderno es "sabio"? Cierto que sabe muchas más cosas del mundo que le rodea, incluso de su interioridad. Pero ha perdido la pista de Dios. Nun– ca como ahora ha habido tantos ateos, tantos indiferentes, y tantos materialistas prácticos a los que Dios les importa un bledo, y lo que les importa es el disfrute del mundo que les rodea. Sabemos, pues, muchas más cosas. Pero hemos perdido la sabi– duría. Parece, nuestro mundo, un gigantesco cajón de sastre, en e! que se ha perdido la clave. La categoría de las cosas. Por eso Dios no ocupa el lugar que debiera. Por eso hay tantas opiniones. Por eso tantos dicen, no sabemos a qué atenernos. Por eso, nos– otros, que sí creemos en Dios, pidámosle que nos dé la verdadera sabiduría. -63-

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