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lugar, él es el constructor de esa nueva mans1on. Así "sabemos de quién nos fiamos". No hay posibilidad de fraude. Tanto, que nuestra morada será su morada, o la suya la nuestra. No habrá dis– tinción. No hay diversidad de cielos. Un cielo para todos. Aunque hay grados de gloria ... En segundo lugar, Cristo mismo se hace camino para transpor– tarnos a ese lugar único. Quiere que el traslado sea lo más seguro y leve posible. En términos cristianos, él es "el viático": el compa– ñero de camino. Esto lo ha enseñado Cristo. Y Cristo es la Verdad. -¿Usted cree eso que dice? -preguntaba un moribundo al sacerdote que trataba de confortarle con estas ideas. Parecían muy bonitas para que fuesen ciertas. El moribundo, cristiano corriente, más bien tirando a bueno, preguntaba una y otra vez: -¿Usted cree eso que dice? -Claro. Completamente cierto. El sacerdote pensó luego: Le parecía mucho. No obstante, he quedado muy por abajo de lo que Cristo y la fe nos dicen. Todo es hermoso, distinto, de un colorido especial, mirado con el cristal de la fe. ¿Puede haber nada más esperanzador que Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, nos lo asegure al borde mismo de su muerte? Y él dijo: "Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré con– migo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros". Podemos decir muchas cosas sobre nuestro estar en la vida. Santa Teresa decía "que era una mala noche en una mala posada". Lo cual era expresar de otra manera lo de Cicerón: "Salgo de esta vida, no como de mi propia casa, sino como de una posada". El trágico griego Sófocles se admiraba de que los hombres hubieran encontrado recurso para todo, "sólo para la muerte no han inventa– do evasión". Nosotros, a pesar de ser cristianos, comulgamos con sus ideas cuando repetimos que todo tiene remedio, menos la muer– te. Habría que quitarnos muchas ideas paganas. Como San Carlos Borromeo, que quitó la guadaña a un cuadro de la muerte y mandó ponerle, en vez, una llave de oro. Para abrir esa casa que nos ha preparado Cristo. -659-