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LA SABIDURIA "Señor misericordioso, contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sa– be lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus pre– ceptos. Mándala de tus santos cielos, de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y venga yo a sa– ber Jo que te es grato. Porque ella conoce y entiende todas las cosas, y me guiará prudentemente en mis obras y me guar– dará en su esplendor". (Sabiduría 9, 9-11 ). (U. E.). Como si fuese un calco de los deseos del autor del libro de la Sabiduría, Paul Valéry, escribió: "Saber nunca es más que un grado. Un grado para ser. No hay más saber verdadero que aquel que puede cambiarse en ser y en sabiduría de ser, es decir, en acto. Los conocimientos más vanos son aquellos que se reducen a simples palabras, y que no pueden salir de este ciclo verbal". ¡Malabarismo de palabras! Me decía, en cierta ocasión, un autor a propósito de otro, mu– cho más famoso que él, desde luego, que se parecía a un presti– digitador. Sale el prestidigitador al medio del circo con unos cuan– tos platos y todos piensan: "Este va a comer". Pero de pronto co– mienza a jugar con los platos y a hacer mil juegos de manos. Así ese autor. Comienza uno a leerlo, es brillante, deslumbrante, espe– ra uno que diga algo, pero al final se da cuenta que no ha hecho nada más que jugar con las palabras. No digo a qué autor se refería, porque sin duda se descubre la gran envidia que late en ese juicio. Pero sí estamos de acuerdo que las palabras son para expre– sar las ideas, con toda la galanura que se quiera -que eso siem– pre es un tanto-, pero al fin vehículo de las ideas. -62-

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