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P O R E L F R U T O... : MUERTE Y RESURRECCION "En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -Ha llegado fa hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre. Os aseguro, que si et grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en es– te mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servir– me, que me siga y donde esté yo, allí también estará mi servi– dor; a quien me sirva, el Padre le premiará". (Jn 12, 23-26). El maestro de Carrasqueda dio muchas lecciones en su escue– la. Prácticamente, había gastado su vida enseñando toda clase de ciencias. Sobre todo la ciencia de la vida, para lo cual echaba ma– no de los mejores recursos de su pedagogía. No obstante, quedaba la más importante de las lecciones. El mismo quiso que, cuando muriese, hiciesen de su escuela capilla ar– diente y que en aquel encerado donde tanto escribió él, escribiesen una frase que había escogido para el caso. La frase acabamos de escucharla y es de Jesucristo: "Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto". Esto lo vemos tod.os los años en el campo. No hay que insistir en ello. Esa es la ley de la vida. Todo, para mejorar, tiene que trans– formarse: la semilla en árbol, la nube en agua, la larva en mariposa, el niño en hombre, el hombre en Dios ... Porque resulta que Cristo nos promete algo muy serio: La igual– dad de nuestro premio con su premio. Donde él esté estaremos nos– otros. Y la vida eterna, gloriosa y gozosa, será para ambos. Para ello es preciso morir. ¡Morir! No sólo de una vez, sino po– co a poco, como el grano de trigo, que se transforma en el surco de la tierra, se hace un leve tallo, tímido, minúsculo y verde, que asoma su cabecita entre las escarchas invernales. Luego se yergue airoso, y se forma la espiga con multitud de granos. Nuestra transformación, para recibir el mismo premio, tiene que -652-