BCCCAP00000000000000000000808

Es el caso de Cristo. Podía haberse aguantado un poco el llanto. Podía y sabía. Y sabía, además, que unos minutos después su amigo Lázaro estaría vivo. Lo sabía mejor que nadie. El iba a realizar aquel milagro. Y sin embargo quiso llorar. Quiso unir su dolor al dolor de los hombres. Quiso decirnos con esto que es bue– na la amistad, la unión de corazones no sólo en la alegría sino en la pena. Que es buena esa comunión con los humanos. Mejor que nadie podía repetir la frase conocida: "Hombre soy, ninguna cosa humana me es indiferente". Y ciertamente se encarnó para ser hom– bre, carne humana, para sufrir por los hombres, con los hombres y como los hombres. Para llorar como un hombre. Los hombres también lloran. Y cuando llega un momento como éste que estamos conmemorando, nuestras lágrimas son el mejor tributo de dolor y de amor por el ser querido fallecido. Por eso re– primir las lágrimas por un prejuicio social, además de ser una ton– tería, es un error y un perjuicio para nosotros mismos. Que cada cual, llegada la ocasión, obre libre y espontáneamente, al dictado de su corazón, como Jesús cabe el sepulcro de su amigo Lázaro. No obstante, valen ahora las mismas palabras de San Pablo que hemos comentado: "No debemos llorar como los que no tienen esperanza". Lágrimas de desesperación, no consuelan, hunden. Nosotros tenemos fe, nosotros sabemos que el sepulcro no es el final. Es el co·mpás de espera. Es la puerta que cierra una etapa de nuestra vida, pero que abre otra. Porque para las almas no valen las puertas de madera, de losa o de cemento. Ni para los cuerpos cuando el Señor los llame a la resurrección final. Lo sabemos. Lo repetimos. Lo decimos de otra manera, pero siempre decimos lo mismo. Porque la verdad es una. Y no podemos decir otra cosa, porque mentiríamos. Unicamente enfocamos esa verdad desde dis– tinto ángulo. Por eso, hermanos, que nuestras lágrimas sean un consuelo para nuestro dolor, un tributo de amor al ser querido al que la muerte ha separado de momento de nuestra presencia. Pero que sean lágrimas esperanzadas. Sabemos que un día nos volveremos a ver con ojos resplandecientes de gloria y de alegría. -647-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz