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que nosotros formamos con Cristo un Cuerpo Místico. El es la cabe– za, nosotros somos los miembros. A Cristo estamos incorporados todos. Los bienaventurados del cielo, las almas del purgatorio y nos– otros, los que aún peregrinamos en la tierra y estamos bautizados. Y resulta que ahora, espiritualmente hablando, estamos más unidos que antes en lo material. Antes nos podía separar un tabi– que, una ocupación, un viaje, un disgusto. Pero ahora no, si nos– otros echamos mano de la fe, entonces sabemos perfectamente que nosotros podemos estar unidos con estos seres queridos que, apa– rentemente, se han ausentado de nosotros. Cristo llega, Cristo está con nosotros para ser lazo de unión. ¡Creer en la resurrección! Creer que nosotros. podemos ayudar con nuestros sacrificios y nuestras oraciones a esas almas que se están purificando en la otra vida, en el purgatorio. Creer, creer... Esto es lo que Cristo pidió a Marta y nos pide a nosotros. Creer. y esperar. Esperar, con confianza plena, que nuestros se– res queridos viven en el .mundo mejor. Escribió John Keble: "A me~ dida que, año tras año, van desápareciendo de nuestra vida los se– res que amamos, es consolador meditar, llenos de fe, cómo va cre– ciendo en el Paraíso nuestra porción". Y esperar que también nosotros formaremos parte de esa glo– riosa familia de resucitados. Nuestro Lope de Vega rimó así estos pensamientos: "Bien sé que he de vestirme el postrer día otra vez de mis huesos, y que verte mis ojos tienen y esta carne mía. Esta esperanza vive en mí tan fuerte, que con ello no más tengo alegría en las tristes memorias de la muerte". Sobre todo pensamiento, sobre toda rima, la frase categórica de Cristo: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí aun– que haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?". ¿Creemos nosotros esto? ¿Lo creemos prácticamente? -639-
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