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DOLOR EN BETANIA "Jesús le dijo: -Tu hermano resucitará. Marta respondió: -Sé que resucitará en la resurrección del úl– timo día. Jesús le dice: -Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Ella le contestó: -Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo". ( Jn 11, 23-27). Según vemos en el Evangelio que acabamos de leer, todos iban a Betania para dar el pésame a las dos hermanas. La escena de entonces se repite ahora. Todos vamos a las casas donde existe un difunto para unirnos al dolor, para cumplir con un deber social, pa– ra dar el más sentido de los pésames. La excepción es, que hacia Betania se acercó un personaje único. El propio Cristo, que era amigo de la familia, que había di– cho a muchos kilómetros de distancia "nuestro amigo Lázaro duer– me", y se había puesto en camino para despertarle. El diálogo con su hermana Marta lo sabemos, lo acabamos de escuchar. Un diálogo que se puede establecer con cada uno de nosotros. Porque Cristo también llega cabe nuestro dolor para con– solarnos a nosotros. No nos deja solos. Lo que nos pide a nosotros es lo que pidió a Marta: la fe. Fe en él como Dios, y fe en la resurrec– ción de los muertos. Si ahora comentamos el diálogo y preguntamos: ¿Crees en la resurrección? Seguro que todos, espontáneamente, responderíamos que sí. Está la verdad de la resurrección en el centro de nuestra fe. Pero se nos pide más. Se nos pide una fe práctica. Algo que ahora nos consuele. Y ese algo no puede ser nada más que el Cristo vivo. Resulta -y esto no es una invención, es una verdad de fe- -638-

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