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Nosotros, a nuestro Padre Dios, le pedimos principalmente que nos toquen las quinielas o la lotería: ese lastre de riqueza que podría hundirnos para siempre en el infierno. Le pedimos que nos diga que sí esa persona que amamos tanto, que nos gusta tanto, que nos arrastra a la perdición. Que la salud retorne a nuestro cuerpo, a lo peor para seguir viviendo una vida apartada de Dios. Que no muera ese ser querido... Que lo resucite como a Lázaro. ¿Por qué a él sí, y a mi hermano... no? ¿Por qué? A este porqué se tratará de responder en otro comentario. Pero démonos cuenta que pedimos ante todo y por encima de todo cosas materiales, del es– píritu nos preocupamos muy poco. Hasta Marta se preocupó muy poco de pedir la fe, la paciencia, la fortaleza en el dolor. Más bien su oración fue un reproche porque "si hubieras estado ... " Cristo se encargó de enseñarle la fe, la esperanza, y mostrarle que él era el Hijo de Dios. Hay un bello poema inglés que dice así: Jesús pasó la noche en oración en la montaña. De mañana, antes que el sol, entró en la ciudad. La encontró revuelta. Visitó, lo primero, una casa donde había mucho jolgorio. Encontró en el "hall", sobre un diván, des– madejado por el cansancio, un joven. Le saludó con su saludo de siempre: La paz contigo, hermano. ¿Te acuerdas de mí? Tú eras un paralítico. No podías moverte, te llevaron junto a mí y yo te curé. Te dije que no pecases más... ¿Querías la salud para seguir pecando? El joven con ojos atontados de ebrio le miró, y se volvió contra la pared ... El poema, largo, sigue enumerando los milagros de Cristo en el Evangelio -está calcado en él- y cómo aquellas gentes abu– saron de la salud para seguir pecando contra Jesús. Un poema calcado en nuestra realidad cotidiana. Nosotros pe– dimos tantas cosas a Dios para no darle las gracias siquiera como los n·ueve leprosos del Evangelio, y seguir pecando ... Si él no nos lo concede es porque nos ama. Porque quiere que pensemos en valores superiores; que pensemos en la resurrección. En la vida eterna. Podemos pedir todo. Hasta que pase el dolor y la muerte, pero siempre como Cristo: "Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya". -637--

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