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ORACIONES CRISTIANAS "Dijo Marta a Jesús: -Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá". (Jn 11, 21-22). Todos sabemos que la condición básica para una buena ora– ción es la confianza. No sólo respecto a Dios, sino a cualquier hom– bre. Aunque íntimamente estemos convencidos de que no hay nada que hacer, ponemos por delante: "Gracia que espero conseguir de... " "Que no dudo... " Pero cuando se trata de Dios, con mucha más ra– zón. Porque él mismo la puso como condición: "¿Crees que puedo hacer eso que pides?" "Todo es posible al que cree". "Ten con– fianza, ten fe ... ". Habría que repetir todas las oraciones del Evan– gelio y siempre nos encontraríamos con la misma sinfonía divina como música de fondo. Hasta en el Antiguo Testamento se afirma rotundamente: "Ninguno jamás confió en Dios y quedó confundido" (Eccl 2, 11 ). Entonces... -la pregunta está en la punta de los labios-, ¿por qué yo que he pedido tantas cosas, con tanto interés a Dios, no me !as ha concedido? ¿Por qué? San Agustín tiene una frase que condensa todas las posibles respuestas: "Pedimos y no conseguimos porque pedimos mal: Por– que no pedimos como conviene, no pedimos !o que nos conviene, y porque no le concedemos a Dios lo que hl nos pide". Vamos a fijarnos sólo en la segunda: No pedimos lo que nos conviene. Sobre todo a nuestra alma. En nuestras oraciones nos comportamos como chiquillos caprichosos, frecuentemente. Y vos– otros que sois padres sabéis que también, con suma frecuencia, vuestros hijos os piden lo que menos les conviene. Y tú serías un mal padre o una mala madre si accedieras a su petición. -636-
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