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Nunca se insistirá bastante, aprovechando, por ejemplo, la oca– sión de funerales, en la urgencia y obligación de avisar al párro– co o a quien corresponda, cuando el enfermo está meramente en– fermo y no ya inconsciente. Podrá ser una predicación machacona, pero la gota de agua horada la roca. Y muchas mentes tienen la du– reza del pedernal. Algunos sacerdotes por eso de que casi siempre tienen que predicar al mismo público, habitual asistente de funera– les y no querer repetirse, orillan esa obligación homilética, no pre– dicando. Así, ciertamente, no se repiten. Pero pensemos que la re– petición de unas ideas claves es lo que cala. ¿No sucede lo mismo con la propaganda? Por el contrario me recuerdo del gran sermón de aquel párro– co navarro, cuya noticia la dio toda la prensa, que sabiéndose gra– vemente enfermo de cáncer, reunió a toda la parroquia, se despidió de ellos, les exhortó a recibir consciente y responsablemente esos sacramentos, recibió, allí en el presbiterio, donde tantas veces ha– bía celebrado la Eucaristía, el viático y la santa unción. Aunque a mí se me haya olvidado su nombre, estoy comple– tamente seguro que a sus feligreses jamás se les borrará ese últi– mo y supremo sermón. -626-
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