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a la luz de la lupa crítica, tienen un no sé qué de mágico que da mu– cho que sospechar. Pero las gentes las siguen, porque lo que impor– ta es lo que importa: Asegurarse la vida eterna. Y las palabras de Cristo, divinas, tajantes y patentes, resbalan sobre nuestras almas. Los judíos se escandalizaron de aquellas palabras. Nosotros no nos escandalizamos, porque nos hemos acostumbrado a todas es– tas maravillas. Además, creemos. Sabemos que Dios puede realizar ese milagro. Y es, justamente, un milagro de su amor. El milagro de la comunión. Nuestro peligro es la rutina. Sería triste. Por eso bueno será que, con motivo de esta Eucaristía que celebramos en sufragio de nuestro hermano difunto, pensemos en la divina promesa y nos acer– quemos a comulgar, para participar más activamente en la misa y asegurarnos la eterna resurrección. -622-

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