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monio de que eso se cumplirá. Acabamos de oirle: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el úl– timo día". San lreneo, a propósito de esta frase de Cristo, comenta: "Uniéndose a nuestros cuerpos en la comunión, deposita Jesucris– to en nosotros el germen de la vida y de la gloria. Parecida a un fue– go cubierto por la ceniza, consumirá la comunión un día cuanto el pecado mancilló en nosotros. Luego que las trompetas den la señal del último juicio, transformará en un instante los cuerpos de los jus– tos y los hará semejantes al cuerpo glorioso de Jesucristo". No quiere decir que los que no comulgan no van a resucitar. No. La resurrección es para todos. Pero no todos resucitarán glorio– samente. A algunos mejor les sería no resucitar. Lo que sucede es que Cristo en la Eucaristía nos da una prenda de resurrección glo– riosa. Como dice un célebre teólogo: "La vida eterna se sigue, infa– liblemente, de la digna manducación de la Eucaristía, a no ser que intervenga fatalmente la voluntad humana". También San Pablo escribió: "Quien come y bebe indignamen– te el cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación". Pero la voluntad torcida puede enderezarse. Y la mala puede hacerse buena voluntad. Y sobre todas nuestras deficiencias está, siempre, la misericordia del Señor, dispuesto al perdón. En el pre– facio V de difuntos se dice: "Porque si el morir se debe al hombre, el ser llamados a la vida con Cristo es obra gratuita de su amor, ya que, habiendo muerto por el pecado, hemos sido redimidos por la victoria de su Hijo. Y gratui– ta y amorosamente se nos invita al banquete único de su cuerpo y de su sangre para tener la verdadera vida y resucitar en el último día". ¿Hemos meditado hondamente en todo el alcance de las pala– bras de Jesús? Andamos, a veces, practicando devociones que, se– gún no sé que revelaciones, que no tenemos por qué creer, nos ase– guran la salvación eterna. Ciertas devociones, que si las analizamos -621-