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EUCARISTIA E INMORTALIDAD "En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo. Disputaban entonces los judíos entre sí: -¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Entonces Jesús les dijo: -Os aseguro que si no coméis la car– ne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebi– da. El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él. El Padre que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vi– virá para siempre". (Jn 6, 51-59). El anhelo, el deseo de inmortalidad, lo ha tenido siempre el hombre. Aun bajo la costra de angustia. Y esa semilla de inmorta– lidad, ese llamamiento hacia lo eterno, ha inspirado, desde siempre, a los más grandes de entre los hombres, aunque no hayan conocido a Cristo, a vislumbrar o a anunciar la supervivencia. Decia Séneca: "Y la muerte, que tanto tememos, divide la vida, no la quita. Vendrá de nuevo un día que nos ponga a la luz, y te mos– trará que todo lo que parece morir, cambia. Mira el círculo de las cosas y verás que nada en este mundo se agota". Pero la gran promesa, la prenda de resurrección, nos la ha da– do a nosotros Cristo. Y ha puesto su cuerpo y su sangre como testi- -620-

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