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puf1a en su diestra un bisturí, semeja un caballero legendario dis- . puesto a dar la batalla al dolor. Cuando nos sentamos, horas y ho– ras, ante la ventana mágica de la televisión, o sacamos la entrada rosada de un cine, de un teatro, de un estadio, tratamos de matar la tristeza, el tedio, el dolor, que se nos ha metido de rondón en la vida. A lo peor, por la muerte y abandono de un ser querido... Cuando, en fin, anuncian un nuevo calmante, eficaz como nin– guno, corremos a comprarlo con la esperanza de sanar para siem– pre. Todo esto está muy bien. Hay que luchar contra el dolor y la muerte. Hay que calmar el dolor y retrasar en la antesala de la vida a !a muerte tanto como podamos, pero todo eso es inútil. Para de– mostrarlo me basta con recurrir al pequeño y redondo argumento de una aspirina. Quizá el más popular y eficaz de los calmantes. En el gesto del hombre que toma una aspirina van demostradas dos cosas: la lucha de la humanidad contra el dolor y la persistencia del dolor a pesar de la lucha de la humanidad. ¿Entonces? Entonces tiene que acercarse Cristo o acercarnos nosotros a él. Abrirnos, él, los ojos. Decirnos verdades grandes co– mo el cielo. Que han sido reveladas por Dios a los hombres y escri– tas en el Libro de los libros. Lo que leemos en esta página de hoy es que el dolor es nece– sario para entrar en el cielo. Fue necesario para él y es necesario para nosotros. Entre los dolores está el supremo: la muerte, que es la separación del alma y del cuerpo. Ese desgarrón duele más que ninguno. Pero es preciso. El árbol que muere deja su semilla en la tierra. El hombre que muere, tiene la esperanza cierta de la resurrección. Cristo resucitó. Para ello le fue preciso morir. El testimonio de los discípulos es contundente. Y si él resucitó, nosotros también resucitaremos. La tercera solución, la única en definitiva, es pues, aceptar la muerte. Abrazarse a ella. Saber que es la puerta para entrar en la gloria. Para él y para nosotros. Y que aunque el dolor sea grande, la alegría del encuentro será inmensamente mayor. -607-
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