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"Los cristianos, en marcha hacia la ciudad celeste, deben bus– car y gustar las cosas de arriba; lo cual en nada disminuye, antes por el contrario aumenta, la importancia de la misión que les in– cumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano. En realidad, el misterio de la fe cristiana ofre– ce a los cristianos valiosos estímulos y ayudas para cumplir con más intensidad su misión y, sobre todo, para descubrir el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre" (G S. n.' 57). Esto es lo que la Iglesia, Cristo en definitiva, quiere de nos– otros. A veces no le reconocemos a él en los avatares de la vida. Por– que también el Concilio ha dicho: "Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer siem– pre en todo lugar a Dios, "en quien vivimos, nos movemos y existi– mos Act. 17, 28); buscar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, próximos y extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las reali– dades temporales, tanto en sí mismas como en el orden al fin del hombre" (AA. n.' 4). -604-
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