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que le digo porque vuelvo confortada". Sería interminable el rela– to de la madre. Pienso, íuzgando muy humanamente, aunque con orientación hacia el cielo, que hay otras razones. Porque simplemente por eso de que Dios lo amó, se lo llevó cuanto antes... Y que lo quiere sa– car de la corrupción del mundo, para que no se pierda... Uno pien– sa que Dios bien podía seguir amándole aquí, y dejando que su al– ma aumentase en ese amor que queda marcado a tope en el cielo. Y si el mundo está corrompido se necesita mucha sal para que ese mundo se salve. Y justamente los sacerdotes son "la sal de la tie– rra y la luz del mundo". No exclusivamente, pero si eminentemente. Pienso, y ahora diré mi pensamiento, que a veces se puede ir haciendo mucho bien a lo largo de una vida, o se puede hacer de repente, por una acción. Un mártir que entrega su vida por Cristo da un testimonio que vale para siempre, que vale mucho más que mil pequeñas acciones. Y sin ser mártir. Pues es el caso que el sacerdote al que nos estamos refirien– do, la víspera estuvo hablando a una multitud de jóvenes justamen– te sobre la muerte: "que no respeta a nadie, que es imprevista, que también los jóvenes... " Y luego les impuso la ceniza con el ce– remonial acostumbrado y la conocida frase de "acuérdate, hom– bre, que eres polvo y en polvo te convertirás... " Al día siguiente muchos de aquellos jóvenes desfilaron ante el ataúd que contenía al joven cuerpo que les había impuesto la ceniza. Muchos besaron sus manos. Algunos lloraron. El impacto que eso les causó vale por toda una vida. Hoy mismo recuerdan eso. A muchos les frena para no emprender una mala vida. A otros les ayuda para ser me– jores. Los caminos de Dios... En fin, no lo entendemos muy bien. Máxime cuando el dolor y las lágrimas nos ciegan. Pero ante casos como éste y otros mu– chos similares tenemos que doblegamos y reconocer que Dios sa– be hacer las cosas inmensamente mejor que nosotros. Si hubiera vivido mucho tiempo, si su vida se hubiera torcido, quizá hubiese estropeado en una vejez prolongada las flores de su juventud. -57-