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LA VUELTA AL PADRE "Era ya eso de mediodía cuando se oscureció el sol y toda la región quedó en tinieblas, hasta la media tarde. El velo del templo se rasgó por medio. Jesús gritó con fuerza: --Padre, a tus manos encomiendo mi es– píritu. Y dicho esto, expiró. Viendo lo que sucedía el centurión, glorificaba a Dios diciendo: -Realmente, este hombre era inocente" (Le 23, 44-47). Cristo predicó sobre la vida y la muerte. Su palabra es aleccio– nadora siempre. Pero Cristo, sobre todo, nos dio una lección sobre lo que es la muerte: Es, ni más ni menos, que la vuelta a la casa del Padre. El había dicho: "Salí del Padre y vuelvo al Padre ... " Y al final de su vida gritó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". Como la muerte de Cristo debe ser la muerte de los cristianos. Porque nuestra vida ha de ser como una carretera de circunvala– ción. Esas que surgen sobre el asfalto de una plaza, dan una vuelta alrededor de toda la ciudad, como un anillo de cemento, y mueren otra vez en la misma plaza. Nosotros salimos de Dios: "En él vivimos, nos movemos y so– mos... " Marcharnos por la vida unos cuantos años y tenemos que terminar, conforme a nuestra fe y a nuestra vida, en los brazos de nuestro Padre. No es, pues, la muerte el telón final de esta comedia de la vida, sino el entreacto. Un poco de oscuridad, de silencio y, luego, de nuevo la luz, más resplandeciente que nunca. En los Juegos Olímpicos de Estocolmo (1895) ganó la carrera un joven griego llamado Sotirios Loues, vencedor en la carrera del Marathón. Era agricultor. Quiso ganar esos laureles para su patria. Su padre le dijo: "Sotirios, has de volver victorioso". Estas palabras le encendieron la llama de la resolución. Venció. La muchedumbre rodeó al joven. Regalos, aplausos, honores, medalla... Pero él, más que a los personajes reales, buscó a su padre y echándose en sus brazos dijo: "Padre, ved os he obedecido". -596-

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