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sio: "El que piensa continuamente en la muerte no muere de repen– te". Lo cual es decir de otra manera lo que Cristo nos ha dicho en el Evangelio que hemos leído hoy. Pero atención, hay una pequeña diferencia que lo cambia todo. No es pensar obsesivamente en la muerte. No es la morbosidad que hasta el mismo ateo puede tener, la angustia ante la muerte o el "sentimiento trágico de la vida". Es el estar preparados. Y mientras tanto, seguir disfrutando de la vida tranquila y cristianamente. Es, además, pensar en la muerte como en una liberación, una visita, una llamada, un premio que se nos ha de dar. Porque también nos habla Cristo de premio en la parábola. Y sabemos a qué se refiere. Quiero concluir, también, con un pensamiento de Quevedo: "Con– viene vivir considerando que se ha de morir; la muerte siempre es buena; parece mala a veces porque es malo, a veces, el que mue– re". -580-
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