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La parábola que contó antes es una iluminación de esta frase final. La parábola es el calco de nuestra vida. Porque Dios nos ha creado para servirle y luego gozar y amarle durante toda la eterni– dad. Un poeta ha escrito: "¿Quién recuerda, en el bullicio de esta vida de continuos placeres, en la lucha incesante por el dinero, por la posición o por la fama -que todo es uno-, quién recuerda que tiene que morir? Esto es el perpetuo ejercicio de los sentidos, y la fatiga consiguiente. Cuando llega la hora, todo el mundo está des– prevenido". (Rubén Darío). Estas palabras, aunque fueron escritas no hace mucho, pare– can tener más actualidad ahora, pues cada vez la prisa y el afánde estrujar la existencia nos envenena al máximo. Lo cual sigue acu– mulando razones para nuestra falta de lógica. Decimos esto. Pen– samos que es lo más razonable: prepararse para ganar esta últi– ma baza de la vida que es la muerte, como los criados que con un buen comportamiento y vigilancia esperan la venida del Señor, y a lo peor seguimos con nuestra rutina, sin estar alertados, ni nada. ¡Cuántos mueren con los ojos cerrados! Y a lo peor se los cierran sus propios familiares, que dicen quererlos tanto y no les previenen, de una manera delicada, de la gravedad de la enfermedad y la necesidad de prepararse. Aunque sea con cualquier disculpa piadosa. No avisan al sacerdote. Le en– gañan -al enfermo, al sacerdote no-, le mandan a la otra vida de cualquier manera y no como cristiano, y ¡dicen amarle! Infinitamen– te nos amó y nos ama Cristo y nos está avisando constantemente de que estemos preparados. Pasajes como el de hoy hay muchos en el Evangelio. No avisar es traicionar a los seres queridos. Porque la muerte es ineludible. Llega cuando tiene que llegar y no respeta a nadie. Lo importante es que nos encuentre vigilantes. Decía San Ambro- -579-
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