BCCCAP00000000000000000000808

E L Q U E E S P E R A M O S... "En aquel tiempo, Juan envió a dos de sus discípulos a pregun– tar al Señor: ¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro? Los hombres se presentaron a Jesús y le dijeron: Juan Bautista nos ha mandado a preguntarte: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?". Y en aquella ocasión Jesús curó a muchos de enfermedades, achaques y malos espíritus, y a muchos ciegos les otorgó la vista. Después contestó a los enviados: Id a anunciar a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. Y dichoso el que no se sienta defraudado por mi". (Le. 7, 19-23). Dejando a un lado el porqué de la pregunta de Juan el Bautis– ta quiero fijarme lo primero en lo último que dice Jesús: "Dicho– so el que no se sienta defraudado por mí". Es posible que alguna vez nos sintamos defraudados por Cris– to: Cuando una enfermedad se ceba en nosotros sin que aparente– mente sean atendidas nuestras plegarias y nuestros esfuerzos por mejorar. Cuando la desgracia viene sobre nuestra vida, sobre nues– tra casa o sobre los nuestros. Cuando la muerte entra en nuestro hogar y se lleva lo que más queríamos. Cuando ... Entonces podemos preguntarnos con toda frialdad o con toda angustia: ¿No pudo Cristo hacer un pequeño milagro y evitar esta catástrofe que ha sucedido? El, que tantos milagros... Cuando así juzgamos, mutiiamos a Cristo. Vemos sólo un as– pecto de él. Le vemos en ese momento triunfal y taumatúrgico cuan– do los milagros saiían de sus labios al ritmo de sus palabras. Pero no vemos al Cristo doliente. El que sufrió personalmente. Que rogó -556-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz