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LOS MILAGROS "Se acercó al ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo: -¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate! El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entre– gó a su madre (Le. 7, 14-15). ¿Ha habido milagros? ¿Se dan aún milagros? ¿Sabe Vd. de al– gún milagro? Preguntas -entre otras muchas- que se hacen los hombres de hoy respecto al milagro. Hay quien sabe tanto, que el que un muerto resucite es algo que se puede explicar científicamente. "Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad". Tanto que no han sido capaces de atajar la gran riada de muertos y menos resucitar a uno sólo. Porque no es lo mismo morir que tener un ataque cardíaco. El hecho que nos narra el Evangelio es históricamente cierto. Se trata de un muerto. Los que iban con él lo sabían. Lo habían ve– lado, mucho más que nosotros ahora a nuestros muertos. Cristo le habla, el muchacho se incorpora y comienza a hablar. ¿Dónde es– tá el truco? No hay truco. Se trata de un auténtico milagro. Otras gentes se preocupan mucho de los milagros de hoy. Qui– sieran ver algún milagro. Cuando oyen hablar de milagrerías, apa– riciones, etc., corren allá con la esperanza de encontrarse con un hecho asombroso. Y muchos terminan por ver. Que yo sepa nadie ha visto la resurrección de un muerto. Este es un milagro fuera de serie. Comprobado por muchos, testificado por el Evangelio, corro– borado por la Iglesia, y hoy puesto a nuestra consideración por la liturgia. Pienso que tenemos bastantes milagros. Los suficientes para probar eso que Cristo quiso probar: que él era Dios y el Salvado, del mundo. -548-
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