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Y esto plantea otro problema: ¿Por qué precisamente a ese jo– ven, y no a nosotros? Porque sin duda entonces, como ahora, ha– bría muchas madres que tendrían que llorar la muerte de sus hijos. Quizá no haya lágrimas más dramáticas en todos los ojos que este llanto de las madres, y sobre todo de una madre viuda que queda sin su hijo, su tesoro, su todo. ¡En soledad completa! ¿Por qué a éste sí y al otro no? Tenemos que aceptarlo tal cual es y nos lo presenta el Evangelio. Cristo hizo un milagro. Un mila– gro es siempre una excepción. Lo hizo en un momento importante de su vida pública, para que se diesen cuenta que era el Mesías. Escogió aquella muerte que, al parecer, había impresionado a la ciudad de Naín. El efecto no se hizo esperar: "Un gran Profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo". Los milagros son excepciones que confirman la regla. Y lo or– dinario es que la muerte no tenga milagros. Esto es lo raro. Cristo los hizo en contadas ocasiones. El hizo muchos milagros, pero de resurrecciones, los evangelios sólo nos narran tres. Hay, no obstante, una resurrección en la cual hemos resucita– do todos nosotros: Es su Resurrección. Porque él resucitó como ca– beza del Cuerpo Místico, del cual somos miembros, y como garan– tía de nuestra propia resurrección e inmortalidad. Y aunque la se– paración de madre e hijo sea dolorosa, sabemos que no será dura– dera. Lo que importa, ya que se aman tanto, es que hagan lo posible por no separarse nunca. Eternamente... Me acuerdo de aquella anécdota que me contó el propio inte– resado: Hizo una fiesta para festejar el fin de carrera del nieto. Cuando quedaron solos, en la intimidad, antes de que el nieto par– tiese para su residencia, que estaba muy lejos, le dijo el abuelo: -Mira, hijo, será la última vez que nos veamos. -¿Cómo? -Yo soy viejo. Y, además, conste que me refiero a esta vida y a la otra. Y conste, también, que yo pienso salvarme. Y es que el nieto había escogido una carrera de mucho com– promiso para su alma. Aquello le hizo reflexionar y comportarse siempre conforme a su conciencia. -547-
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