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Las mujeres vienen a misa, a la iglesia, no sólo cuando muere alguien, sino cuando muere y resucita Cristo en el Sacrificio del altar. Decimos, despectivamente, sin pensar las cosas que eso es cosa de mujeres. Como si después de veinte siglos esto estuviera superado y quedara para las mujeres y los niños. No pensamos que hace veinte siglos las mujeres fueron las primeras. La primera que recibió a Jesús fue su madre María. Las mujeres le siguieron durante su vida pública cuidando de él. No tu– vieron nunca miedo del qué dirán para acogerle en su casa, ni es– peraron la noche para ir a verle, como la Magdalena. Y lo que es más grande, las mujeres le siguieron por la calle de la Amargura, al Cirineo le tuvieron "que obligar" a llevar la cruz. Y al mismo pie de la cruz había unas cuantas mujeres y sólo un hombre junto a la madre de Jesús. Fueron, reconozcámoslo, más valientes y más con– secuentes con su fe que los hombres. ¿Cuáles serán las razones de este comportamiento femenino de entonces y de ahora? Digamos que es cuestión de corazón. Y que "el corazón tiene razones que la razón no comprende". Pues Dios estableció su religión para todos. Contó más con los hombres que con las mujeres. Escogió a hombres por discípulos, por após– toles, por sacerdotes. Montó su Iglesia sobre una jerarquía de hom– bres. Sin duda acomodándose a una circunstancia histórica, pero por algo más. Y sin embargo son las mujeres las que mejor responden. ¿Por qué? Pienso que porque la religión cristiana es ante todo una reli– gión de amor: Amar a Dios, amar al prójimo. Su juicio será sobre el amor ... Las lecturas de la liturgia de exequias nos los recuerdan. Y a corazón nos ganan las mujeres. De eso no tenemos la menor duda. Ellas han comprendido mejor al Cristo concreto, a ese Cristo que ama y que sufre, que muere y que resucita. A ese Cristo en cu– yo nombre son bautizados sus hijos y le comulgan en una fiesta úni– ca para ellos. Creo que todo esto, y la fe que ellos transmitieron en– tonces en Cristo Resucitado, y hoy a través de esa Iglesia doméstica que es la familia, bien merece el homenaje de nuestra alabanza. En esta hora de dolor estoy seguro que las mujeres, mucho mejor que los hombres, tendrán oración y palabras de consuelo. --539-

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