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ra que nosotros no la sufriéramos. Y en el infierno, la mayor pena, aunque a nosotros nos impresionen más otras descripciones, es la ausencia de Dios para toda la eternidad. Porque entonces nuestra alma, luego de la separación del cuerpo, vislumbrará con una luz nueva lo que para ella significa Dios. Y ese Dios entrevisto abando– nará al alma para siempre. La culpa es nuestra, porque hemos es– cogido el pecado. Dios lo hizo todo para que eso no suceda nunca. Pues hasta el propio Cristo sufrió la pena de daño, el abandono de Dios en la cruz, para que nosotros no lo sufriésemos jamás: "Nos amó y se en– tregó a la muerte por nosotros", como dijo certeramente San Pablo. A la muerte y al dolor. Ahora vemos la importancia de que Alguien haya satisfecho por nosotros. Y nosotros tenemos que "suplir lo que falta a la pasión de Cristo", tenemos, ahora, que satisfacer no sólo por nuestros ¡.,81vc:Jaos, sino por los pecados de las almas, por las cuales rezamo\:,, ¡Valor de los sufragios, indulgencias y misas aplicadas por las al– mas de los difuntos! Lo creemos algo meramente piadoso, algunos lo consideran desfasado. Y tiene su raigambre en la misma cruz de Cristo ancla– da en la roca del Calvario. El satisfizo por nosotros. Nosotros debe– mos satisfacer por nuestros hermanos. El nos ofreció un sacrificio. Ese mismo sacrificio, que es la misa, nosotros lo ofrecemos por las almas que queremos encomendar a su misericordia. He aquí una interpretación a esa palabra tan misteriosa de Cristo. El prefacio 11 de difuntos dice: "Porque él aceptó la muerte, uno por todos, para librarnos del morir eterno; es más, quiso entre– gar su vida para que todos tuviésemos vida eterna". Nuestra respuesta práctica a la palabra de Cristo debe ser no abandonar nunca a Dios, por nada ni por nadie, y ofrecer nuestros sufrimientos y oraciones por el bien de los demás y por nuestra propia alma. Por aquellos que están, quizás, en el purgatorio. La doctrina católica nos lo dice y nos lo recuerda la letrilla popular: "El morir no es acabarse; es renacer a otra vida y en ella purificarse". -535-

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