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LA PALABRA MISTERIOSA "Al llegar el mediodía toda fa región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: -E/oí, Efoí, fama sabachtani. (Que significa: Dios mío, Dios mío. ¿Por qué me has abandonado?) Algunos de los presentes, al oírlo, decían: -Mira, está llamando a E/ías. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña y Je daba de beber diciendo: -Deja, a ver si viene Elías a bajarlo". (Me. 15, 33-36). En la hora de la muerte, cuando ya quedan pocas palabras que decir y pocas fuerzas para decirlas, se aprovecha para formular las palabras o las preguntas más importantes de toda la vida. Cristo es la palabra del Padre. Es, ante todo, "PALABRA". Ha venido para hablarnos de Dios. Cualquier cosa que dijese era impor– tante. Pero resulta que también El reunió todas sus fuerzas a la hora de la muerte para decir una de las palabras más misteriosas, más incomprensibles y grandiosas que jamás dijo: "¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? Antes de responder a esta pregunta quiero preguntaros: ¿Pue– de, acaso, lo blanco abandonar a lo blanco, dejando de ser blanco? ¿Puede la luz abandonar a la luz, dejando de ser luz? Pues aunque estos imposibles sucedieran, Dios no puede abandonar a Dios. Todos sabemos que sólo hay un Dios. En Dios hay tres perso– nas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y una sola naturaleza divi– na. Un solo Dios, en definitiva. Cristo, Dios y hombre verdadero, tie– ne una naturaleza divina. Es Dios, igual al Padre y al Espíritu Santo. Lo sabemos y lo creemos todos. Es una verdad de fe. Entonces te– nemos derecho a preguntar: ¿Por qué Cristo pronuncia esta palabra? La pronuncia para que nosotros no la pronunciemos eterna– mente. Porque, según opinión común, Cristo que vino a satisfacer por nuestros pecados, sufrió en alguna manera la pena del infierno, pa- -534-

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