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está atracada. Y por eso que se ha lanzado fuera de puerto, está expuesta a todos los riesgos: También los vientos, -malos vientos, a veces-, la agitan por doquier. También las olas se encrespan. También se habla de la destrucción de la Iglesia. También se ha escrito parodiando una ba– talla de nuestra guerra, aquello de "disparar sobre nosotros, por– que el enemigo está dentro". Esto y otras muchas cosas. Muchos están temiendo que la barca de Pedro se hunda para siempre. Que surja una nueva Iglesia que nada tenga que ver con la anterior. Quienes así dicen, no tienen ni una pizca de fe. Aunque se crean los depositarios de la mismísima fe de la Santísima Trinidad. Porque la Iglesia de Cristo no puede perecer. Sufrirá mil vaivenes. Parecerá que Cristo duerme y nada le importa. Pero ya llegará la calma, ya se verá que ha sido mejor así. Que ha salido más reju– venecida de la lucha. Debemos darnos cuenta que el inmovilismo va contra la esen– cia misma de la Iglesia e incluso de la fe. Porque la Iglesia es un cuerpo místico y todo cuerpo ha de desarrollarse, ha de cambiar constantemente. Como sucede con nuestro organismo que se transforma cada cinco años. Es totalmen– te distinto continuando el mismo. Y la fe no es una joya para encerrar en un estuche, sino una semilla, que tiene que ir creciendo. Entonces quienes no quieren cambios, es que no tienen fe, o la tienen como fosilizada. Si algo debemos tener los cristianos de este mundo posconci– liar un tanto embravecido, es fe, valor y confianza. Tres virtudes que tienen una sola raíz: la fe en Cristo. Recuerdo la anécdota de aquel niño, hijo de un albañil de Nueva York, a quien su padre le subió a lo más alto del rascacielos que estaba construyendo. Desde allí vio algo inédito para él. Y se lo contaba a sus amiguitos. Estos le preguntaron: -Y ¿no tenías miedo? -No. No veis, tontos, que estaba en las manos de mi pa– dre. Una lección para nosotros. La Iglesia, fundada y amada por Cristo está en las manos Gle Dios. ¿Por qué somos tan cobardes? -527-