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deicidio y un suicidio. Un deicidio porque todos, por nuestros peca– dos, somos responsables de la muerte de Dios en la cruz. Y porque con el pecado" volvemos a crucificar a Cristo en nuestro corazón". Y un suicidio porque con el pecado mortal, de una manera cons– ciente, deliberada, destruimos la vida de la gracia dentro de nos– otros. Para que exista ese pecado tiene que haber plena conciencia y deliberación. Pero eso no le falta al hombre que prefiere otros pla– ceres en vez del placer impalpable, invisible, divino, de la gracia. Por eso el apóstol Santiago en su carta tiene aquella frase: "Des– pués la concupiscencia, cuando ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra la muerte" (Sant. 1,15). No podemos saber si aquel paralítico del Evangelio tenía su alma muerta por el pecado. Bien pudo Jesús lanzar aquel reto a los hombres, a los superletrados que allí había, para que se fuesen fijando sobre un poder, que a través de un sacramento, él iba a dar a los hombres. Porque es cíerto que él pensaba hacer el milagro. Y ante ese milagro todos se tenran que callar. Por lo visible quería llevar– les a lo invisible. Ese suele ser el proceso de la fe. Y fe, humildad, arrepentimiento se necesita para que nuestros pecados sean perdo– nados. -523-

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