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PEOR EL PECADO Nosotros sí lo hemos visto muchas veces. Nosotros sabemos cómo perdona Dios los pecados. Y cómo ha dado poder a sus sa– cerdotes para hacerlo en su nombre. Y de tanto verlo nos hemos acostumbrado a ello. La rutina, cual yedra esterilizadora, nos ha invadido. Ciertamente que sería blasfemia perdonar los pecados si no se tuviera ese poder de Dios. Nosotros sabemos que Cristo era Dios y tenía ese poder, y que él lo ha dado a sus sacerdotes: "Lo que perdonéis en la tierra quedará perdonado en el cielo ... (Jn 20, 23). Bueno nos será meditar sobre eso para sacudirnos esa modorra que se apodera de nuestras almas tradicionalmente cristianas. Buscamos milagros. Perdonar pecados es el más grande de los milagros. En la Misa nos arrodillamos cuando llega el momento de la con– sagración. Debiéramos arrodillarnos todos en el templo, cada vez que un sacerdote a un pecador cualquiera le dice: "Yo te perdono tus pecados en el nombre del Padre ... ". Porque se ha realizado el milagro de convertir un alma poseí– da por el mal, empecatada, en hija de Dios, miembro vivo de Cristo, templo de la Santísima Trinidad ... La liberación del pecado es la mayor de las liberaciones. Lo único que nos convierte en esclavos es el pecado. El pecado es lo peor. Es lo que paraliza nuestra vida sobrena– tural. Incluso la mata para esa vida divina infundida en ella por el nuevo nacimiento del Bautismo. Se atribuye a Pío XII: "Veo un gran desfile de cadáveres am– bulantes, de almas muertas por el pecado". De una manera gráfica podemos decir que el pecado es un -522-
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