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PECADO DE OMISION Cuando algo sucede mal en el mundo solemos reaccionar in– fantilmente, diciendo, por ejemplo: "Yo no fui. ¿Qué culpa tengo yo? ¡Allá los responsables!". Pero resulta que todos somos responsa– bles. En el último día, cuando la luz del sol se apague para siempre y florezca la luz de un nuevo sol, se nos preguntará, no sólo por lo que hicimos, sino por lo que dejamos de hacer. Por ejemplo sobre el hambre en el mundo. Nos parece imposi– ble que todavía exista hambre en el mundo después de "la leche y el queso americano". Las noticias que nos llegan no son ésas. La geografía del hambre es cada día más grande y más dramática. Quizá muchos de nosotros vimos un reportaje televisivo sobre los países africanos al sur del desierto del Sahara. Lo vi en casa de un eclesiástico. Mientras cenábamos. Daba pena verlo y daba pena cenar. Las lágrimas de un niño que moría de hambre y le amargaban a uno la existencia. Se le podían contar los huesos debajo de la piel. Y a su lado vacas muertas. ¿Por qué? Quizá quisieron conservar las vacas a toda costa porque eran su medio de vida, si las mataban para comérselas podrían prolongar su agonía unos días más. Y las lágrimas continuaban. Aquellas lágrimas me amargaron la cena. ¿Era posible que to– davía cenase mientras había gente que moría de hambre? Y ¿qué remediaba yo con dejar de cenar? ¿Era posible que faltasen alimen– tos elementales a algunos millones de gentes en el mundo, cuando hasta allí llegaban los mugidos de las vacas de las vaquerías pró– ximas? ¿Cuando abundaba la carne en aquella cena? ¿Era posible? Pues sí era posible. Y sobre esto y mucho más se nos va a preguntar en el día del Juicio Final. No sólo lo que hicimos, sino lo que dejamos de hacer. Cuidado con querer reducir el Juicio Universal al esquema de nues- -518-'

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