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ANSIA DE DIOS "¡Desfallezco de ansias en mi pecho!" (Job 19, 27a). Esto es como el descubrimiento de un nuevo mundo al revés. Cuando las viejas naves españolas pusieron rumbo hacia Occiden– te en busca de las Indias, luego de una larga travesía en que sólo se veía mar y cielo. Luego de levantamientos, amenazas y empla• zamientos, al fin, un hombre izado sobre el palo mayor, gritó la palabra anhelada: "Tierra a la vista". Nosotros somos pilotos que a golpe de timón vamos avanzan– do por la vida. Unos más lejos y otros más cerca. Tenemos, debe– mos tener, puesto el rumbo hacia el cielo. Ese cielo que "ni es cielo ni es azul", porque es otra cosa muy distinta. Y sucede que cuando vamos perdiendo de vista la tierra: "cuando nuestros ojos ya no ... ". No vean la tierra, ni conozcan a las personas queridas, y se despidan con un guiño triste de este mundo, y queden abier– tos como no queriendo dejar de ver la luz, entonces un centinela en nuestra alma, gritará: "El cielo a la vista". La seguridad de otra vida y de un Dios Padre que nos espera está grabado imborrablemente en todo el mundo. Los monumentos funerarios esparcidos desde la prehistoria hasta la más reciente historia por nuestro planeta, nos hablan a nosotros de esa concien– cia cierta que la humanidad ha tenido de que hay una vida mejor. Nuestros cementerios están llenos de losas que llevan graba– da una sentencia que es como un mensaje de otro mundo, donde aquel ser querido nos espera. Esa es nuestra seguridad y nuestra fe. Kierkegaard escribió: "Si hubiera un hombre que no pudiese morir, si fuera real la leyenda del judío errante ¿cómo habríamos de titubear en declararlo el más infeliz? Esto sólo lo ha podido escri– bir un hombre de fe. Cuando la fe se apaga, no quisiéramos morir -42-

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