BCCCAP00000000000000000000808

ya sin carne veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán". Alegrémonos, pues, en medio de nuestro dolor. No morimos del todo. Creemos firmemente que nuestra alma vive para siempre. Y creemos firmemente que con estos mismos ojos que ahora ven la luz del mundo, veremos a Dios. Podrá dispersarse el polvo de nuestro cuerpo entre el polvo del mundo, pero sabemos -pala– bra de Dios- que un día resucitaremos con los mismos cuerpos que hemos tenido. Cuerpos destinados a la glorificación. A no mo– rir nunca. A gozar de Dios en cmnpañía de Cristo resucitado. San Pablo, en el capítulo quince de su primera carta a los Co– rintios y a nosotros, después de aportar una serie apabullante de testimonios sobre la resurrección de Cristo, dice: "Pues si de Cristo se predica que ha resucitado de los muer– tos, ¿cómo entre vosotros dicen algunos que no hay resurrección de los muertos? Si la resurrección de los muertos no se da, tampo– co Cristo resucitó". (vv. 12 y 13). Luego pasa a demostrarlo más ampliamente, pero eso forma parte de otra de las lecturas de exequias. A nosotros nos basta. No tenemos, pues, ninguna duda. Sabe– mos a qué atenernos sobre el más allá. Nosotros no vivimos para morir, sino que morimos para resucitar eterna y gloriosamente. Que todas estas ideas nos sirvan de consuelo. Ideas que resume el prefacio de difuntos, insistiendo en las de la Biblia. " ... Porque, al redimirnos con la muerte de tu Hijo Jesu– cristo por tu vo'luntad salvadora nos llevas a nueva vida para que tengamos parte en su gloriosa resurrección". La luz de la fe relumbra sobre la ignorancia de los hombres. -41-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz