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YO SE "Yo sé que está vivo mi Vengador y que al final se alzará so– bre el polvo: después que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios; yo mismo lo veré, y no otro, mis propios ojos lo verán" (Job 19, 25-27a). El poeta romántico de los cementerios, de la melancolía y del escepticismo tiene una rima que concluye así: "¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es vil materia, podredumbre y cieno? No sé... ". Es triste y trágica la ignorancia sobre el más allá. Vivir con la vida prendida de interrogantes y morir con los ojos cerrados. Eso está bien para las avestruces, que cuando se sienten acorraladas por el cazador, cierran los ojos y esconden la cabeza entre la are– na. Nada mejor para ser cazadas. Disculpable en un animal irracio– nal. Nosotros no tenemos por qué cerrar los ojos. Tenemos la luz de la fe, que nos dice claramente cuál es nuestro destino eterno. Podemos estar acorralados por los dolores, los fracasos, las burlas de la vida y sus burladores. Se pueden reir de nosotros los que todo lo saben, los que piensan que la vida no hay que tomar– la en serio; pero nosotros sabemos qué responder ante la muerte. Y la risa no se nos hiela en los labios en esta hora decisiva. Podemos gritar como Job antél sus increpadores: "YO SE que está vivo mí Redentor y que al final se alzará sobre el polvo: después que me arranquen la piel, --"40-

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