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Son progresos en el misterio del dolor. Desde entonces se han hecho muchos progresos. Se han es– crito muchos poemas y muchos dramas. Se ha escrito, sobre todo, el divino drama del Calvario. Desde entonces, el dolor es casi un misterio desvelado. Ya no nos admira el que sufra el justo, sino que precisamente por ser justo tiene que sufrir. Como el más justo de los hombres: Cristo. Santa Teresa solía repetir aquello de "a tus amigos, Señor, les regalas con sufrimientos; por eso tienes tan pocos amigos". Yá San Pablo -palabra de Dios- había escrito: "Los sufri– mientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros" (Rom 8, 18) y aún mucho más: "Completb en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia". (Col 1, 24). Lo cual es mu– cho más que un misterio, es una gloria, un honor. Aunque nos due– la mucho. Job no pudo llegar a tanto. Era mucho pedir al autor -por muy inspirado que estuviese por Dios- que descubriese todo el misterio de'I dolor. Porque Dios revela la verdad poco a poco y también requiere nuestra cooperación. Ya era mucho llegar ahí en aquellos tiempos. Los tiempos en que Sócrates, Platón y Aristóteles filosofaban por el ágora de Ate– nas, entreviendo un Dios único entre las nubes y humos del Olim– po. Para entonces Job, en medio de sus dolores, había descubier– to muchas cosas de Dios: "Sé que eres todopoderoso: ningún pro– yecto te es irrealizable. Era yo el que empañaba el Consejo con razones sin sentido. Sí, he hablado sin inteligencia de maravillas que me superan y que ignoro. Escucha, deja que yo hable; voy a interrogarte y tú me instruirás. Yo te conocía sólo de oídas, más ahora te han visto mis ojos. Por eso retracto mis palabras, me arre– piento en el pO'lvo y la ceniza". (Job 42, 2-6). Que cada uno de nosotros en medio de sus sufrimientos no pierda nunca' la pista de Dios. Más bien que salga de ellos purifi– cado. Que a través de la Cruz -Cruz de Cristo sobre nuestros hombros- encuentre la luz. -37-