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Rey. Por eso fue condenado. Y murió de tal manera que no cabe ,la,'menor duda de que era Dios:" Verdaderamente este hombre era el hijo de Dios"'. Donde ciertamente se demuestra que él es sef\or de la vida y de la muerte, que es el Señor por antonomasia, es en la resurrección. Si no hubiera resucitado, hubiera quedado en el polvo del suelo como cada uno de nosotros, hasta que alguien nos resucitase. Pero resulta que él resucitó por su propio poder. No hay duda ninguna de su resurrección: La sepultura, la pie– dra que no era fácil remover, los centinelas, las mujeres que vieron su sepulcro vacío y luego le vieron aparecido, Pedro y Juan que van y ven el sepulcro tal cual les habían dicho, y se acuerdan de todas las profecías que El había hecho sobre su resurrección. Los discípu– los en el Cenáculo. Los de Emaús, los de Galilea, los del monte de los Olivos. Pablo que lo testifica constantemente en sus cartas. Cris– to resucitado es el Señor. Aquel, al que nosotros ante el temor de la muerte, invocamos, para que también él nos resucite. El "ven, Señor Jesús", es como un grito de triunfo. En su resurrección hemos re– sucitado todos. Hemos triunfado todos. Si no hubiera resucitado nosotros tendríamos derecho a estar más tristes que los discípulos de Emaús, que le dijeron: "Nosotros creíamos que él. .. " Nosotros creemos que él resucitó y que él es el Señor. Es como un juicio a la historia. Ahí tenéis a vuestro Rey y Se– ñor. Aunque muchos no le conozcan, él lo es ciertamente. El texto sagrado indica que eso será reconocido ante el tribunal de Dios. Para toda la eternidad. En ese mundo nuevo que anhelamos y que llegará, él será el Señor. En la lengua oriental la palabra juez y gobernante o Señor tiene la misma raíz. Quiere decir que el gober– nante posee también el poder de juzgar. Cristo nos juzgará a todos porque es el Señor. Le serán sometidas todas las cosas en la hora de verdad. Entonces todos, aún los que no le reconocieron en la tierra, y los que lo desearían negar por toda la eternidad tendrán que re– conocerle ese señorío. Es lo mismo que San Pablo recalca en -,-245,-

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