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V E N, S E Ñ O R J E S U S "Para esto murió y resucitó Cristo para ser Señor de vivos y muertos". Todos compareceremos ante el tribunal de Dios, porque está escrito: "Por mi vida, dice el Señor, ante mí se doblará toda rodilla, a mí me alabará toda lengua" (Rom 14, 9-11}. La expresión que frecuentemente se nos suele dar en su ori– ginal arameo, expresa que ya desde el principio del cristianismo la Iglesia reconoció a Jesús como a su señor. En el Evangelio cantidad de veces nos encontramos con esta expresión que reco– noce un señorío a Jesús. Desde el leproso que le dice: "Señor, si quieres puedes limpiarme", hasta los mismos apóstoles que le di– cen: "Señor, enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípu– los". Cristo es el Señor. A nosotros los que creemos no nos hace falta insistir en ello. Sabemos que es Dios hecho hombre, y aun– que vaya disfrazado por la vida como uno de tantos es igual a Dios, de su misma naturaleza. Pero él quiso demostrar eso gráficamente, para que los hom– bres no se olvidasen fácilmente de ello. Murió. Detrás de aquella cruz donde exhaló el último aliento, está toda una vida de hombre. Nació, vivió en una aldea palestina, trabajó, predicó, se confundió con los hombres, comió con los publicanos y los pecadores, tam– poco despreció los manteles de los ricos. Eso lo puede hacer cual– quiera. Eso demuestra que es perfectamente hombre. No hay duda ninguna. Cristd hizo más: Hizo milagros, curó a los enfermos, resucitó a los muehos, predicó con autoridad, con señorío: "Jamás un hom– bre ha hablado como este hombre". Cargó con la cruz a título de -244-

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