BCCCAP00000000000000000000808

ga la muerte, y la energía corporal se apaga, entonces se enciende una luz en nuestra alma y recibiremos el premio o el castigo· de nuestra vida. También está escrito en la carta que acabamos de leer: "Todos compareceremos ante el tribunal de Dios". Dios no desea castigarnos. Al contrario. El desea premiarnos. Es Padre antes que Juez. Por ello nos ha dado la posibilidad de ga– narnos con la vida temporal el premio eterno. Con una moneda fi– nita un premio infinito. ¿Hay alguien que dé más? El ha contado y cuenta con nosotros. El célebre cardenal in– glés Newmann escribió en un soliloquio: "Dios me ha creado a mí para prestarle algún servicio concre– to. A. mí me ha confiado algo que no ha confiado a ningún otro. Tengo mi misión en la vida: quizá no llegue a conocerla, pero me será revelada en los cielos. En cierto modo soy necesario a Dios para el cumplimiento de sus designios. Tan necesario en mi sitio como el arcángel en el suyo; aunque, verdaderamente, si falto pue– de sustituirme por otro, ya que puede transformar las piedras en hijos de Abraham. Tengo una parte en esta gran obra; soy un ani– llo de la cadena, un lazo de unión entre todos los seres. No me ha creado Dios inútilmente. Practicaré el bien. Ejecutaré su plan. Se– ré un ángel de paz. Un predicador de la verdad en el lugar en que me ha colocado con la condición única de que le sirva según mi vocación". No se nos piden acciones fulgurantes. Se nos piden deberes. Nada de violencia, ni desaraigos. Cada cual ha de florecer donde ha sido plantado por Dios. Por eso pondríamos un título honorífico a nuestras vidas: "Ser– vidores de Dios". Es, repito, un título honorífico. Aunque ahora es– té considerado peyorativamente. Porque en realidad es lo que es– tamos haciendo en la vida: servimos los unos a los otros. Cual– quier cosa que usemos, nos habla de miles de servidores que han trabajado para que aquello lo usemos nosotros. Somos producto- -241-

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz