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za concluya, porque la posesión será plena. Aunque nos cueste caminar hacia .arriba, deb.emos perseverar en nuestro bregar hacia ese cielo que es para nosotros. Que nos ha sido prometido. Que es nuestra esperanza. lo más triste del mundo, no es como dijo él novelista francés, "no ser santo", sino el no tener esperanza. Pues cuando ésta exis– te, todavía queda la confianza de llegar un día a ser santos. . ¿Somos hombres de esperanza? ¿Está llena de esperanza nuestra tierra? Me parece a mí que se va perdiendo la esperanza, porque los ojos del cuerpo y los del alma -los que todavía creen en el alma– se ponen más sobre las realidades que se ven, que se palpan, que se experimentan, que en eso otro que sólo se entrevé, aunque ha– ya plena seguridad que existe. Porque la esperanza es consecuen– cia de la fe. Y se va perdiendo la fe. Lo que el hombre ve en este mundo, tan manchado por los mil 'golpes de la violencia, tan ensangrentado a veces, es bien triste. Es como para perder la esperanza. Lo peor sería perder la esperanza en la juventud -primave– ra. de la vida- donde todas las flores de la ilusión tienen cabida. Cualquier cosa menos eso. Dice un pensador actual: · · "Cuando en un joven prevalece exclusivamente la voluntad de huir del mundo en el que ha nacido, de renegar de él y de enfren– tarse con él mismo, se desliza hacia el absurdo, hacia el vacío, ha– cia la nada por una pendiente fatal" (Vieujean): Todo sería absurdo, vacío y nada, si no hubiera otra cosa. Pe– ro sabemos que existe otro mundo, otro reino definitivo, y por eso tenemos esperanza. Esperemos siempre, esperemos contra toda esperanza, "es– peremos con perseverancia", como nos dice S. Pablo. -221-

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