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LAS DOS VERTIENTES DE LA ESPERANZA "Porque en esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve, ya no es esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que ve? Cuando esperamos lo que no vemos, esperamos con perseve– rancia" (Rom 8, 24-25). La esperanza es como la flecha que sale disparada del arco hacia un rumbo casi desconocido. Este mundo nuestro es el arco, el alma es la flecha. La es– peranza fue la fuerza motriz que Dios puso en lo hondo del hom– bre. San Pablo nos habla de dos esperanzas. De esa esperanza que culminó en una cruz. Que empezó en la puerta flamífera del paraíso perdido. Llegó, entonces, Dios a depositar -cual semilla divina- la esperanza en el corazón del hombre, para que no se desesperase. ¡Tendrás un Salvador! Los profetas continuarán disparando los dardos de sus gritos por la tierra elegida, para que los hombres conservasen la espe– ranza. Los desterrados, muertos de susto y terror, abandonados de todos, llevaron una esperanza a los países de los vencedores. Ellos, de alguna manera, fueron mensajeros de esos bienes que se es– peraban. Fueron los precursores de la estrella de los magos que anunciaba un Salvador. Una vez que vimos al Salvador. Que su sangre regó el mundo. Que fuimos salvados, ¿qué queda? Queda, como siempre, la esperanza. Somos caminantes hacia una esperanza. Ese cielo tan azul a veces, tan borrascoso, otras, que nos sale al paso por todas par– tes. Esperamos la salvación definitiva. El Reino donde la esperan- -220-
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