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Y al hombre, a quien se le entregó el mundo, se le ha enco· mendado la tarea de mejorar el mundo. Esa transformación llegará. Será como un nuevo nacimiento. Pero no tenemos que esperar a que nos la den hecha, tenemos que laborar denodadamente para que suceda cuanto antes. Hay un poema oriental que traducido a nuestra prosa caste– llana dice así: "En el país de Sin, tres princesas jóvenes y bellas están sentadas en una playa blanca. Buscan con la mi rada una nave que las llevará muy lejos, más allá del horizonte, hacia una is– la que debe existir y en la que las mujeres son felices. ¡El mar es azul! En el país de Sin, tres princesas, que ya no son bellas ni jó– venes, lloran de pie, sobre la playa blanca. ¡El mar es azul! En el país de Sin, tres princesas viejas y sin voz están en cu– clillas sobre la playa blanca. Juegan con la arena que se echan en los cabellos, creyendo que son flores los granos de arena. ¡El mar es azul!". Y así, inútilmente, esperando, sin hacer nada dejaron pasar su vida, sin llegar a la isla anhelada. Nosotros como valerosos navegantes hacia esa patria feliz que nos espera, rememos bravamente para vencer cualquier borrasca, para saltar sobre el lomo de las olas azules y blancas y llegar. Pienso que tan gran pecado es ser fatalistas como pesimistas. Se nos ha dado una tarea que hacer en este mundo. Para bien de él y nuestro. Y nuestro mejor orgullo es llevarla a feliz término. No vivir inútilmente. Es tarea de toda la Iglesia y particularmente de cada cristiano. El número 2 de la constitución conciliar "Gaudium et spes", dice: "Tiene, pues, ante sí la Iglesia al mundo, esto es, la entera fa– milia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afa- -217-
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