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diversas naciones que sufren esa plaga han puesto en claro la doctrina cristiana sobre la vida. Por ejemplo, el episcopado belga el 6 de abril de 1973 ha di– cho: "La vida humana tiene algo de sagrado. Se identifica en al– guna manera con el hombre mismo en camino hacia esa comu– nión suprema y definitiva, en que Dios será todo en todos. La exis– tencia terrena es el tiempo de maduración de los seres humanos". Y unos años antes -1 de septiembre de 1971- el episcopa– do de los Países Escandinavos, escribió algo que podría ser una respuesta para Job y tantos hermanos suyos en el dolor y en la desesperación: "La fe cris.tiana sostiene que el hombre no es señor de la vi– da y de la muerte. El hombre no tiene poder para salvar la vida de un ser, suprimiendo la de otro. La fe nos enseña que Dios cambia con frecuencia un gran sufrimiento en una bendición. También nos dice que una vida enferma, e incluso ante los ojos de muchos "fra– casada", tiene su significado positivo en el seno de la comunidad humana, cuando ésta se rige por la ley del amor. Por esta razón, el cristiano sabe que no debe hacer siempre ni solamente lo que le permiten las leyes, sino lo que es en sí mismo humano y justo". Por eso dejemos a Dios con sus planes, y nosotros agradez– cámosle la vida como un gran don -fundamento de otros mu– chos- y sepamos planificar nuestra vida a la medida de nuestras posibilidades. Incluso a los subnormales les llaman ahora, más acertadamente, "personas con posibilidades especiales". Decía una viejecita muy piadosa pero que no entendía bien el significado de las palabras: "Los caminos de Dios son temera– rios". Quería decir, inexcrutables. Pero esta palabra era un traba– lenguas para ella. Pero la entendemos. Dejemos a Dios con sus ca– minos. No le lancemos improperios. Y no queramos culparle de tan– tas cosas de las cuales tenemos culpa nosotros mismos. El comen– zó dando la vida, una vida inteligente, para saber reformarla. Por eso a Dios lo que es de Dios y al hombre lo que es del hombre. Mu– chos hombres se amargan doblemente su vida con su impaciencia. Por no saber esperar. Como Job que ya vio cerrados todos los ho– rizontes de su vida y culpó a Dios de haberle cerrado la salida. -19-

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