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gritaba: "Nos has hecho como el barro del suelo, ¿cuándo nos harás como las estrellas del cielo?". Da pena que se escriban estas cosas, por muy líricas que sean, Dios nos tiene reservado el cielo. Es nuestra herencia. Pero lo tenemos que ganar con el barro de nuestro cuerpo peregrinando por los caminos del mundo. Es una marcha hacia el Padre. ¡Animo, pues! Es poco lo que nos exi– ge. San Pablo lo asegura: "Considero que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá". San Francisco de Asís solía repetir frecuentemente este breve sermón: "Grandes cosas hemos prometido, pero mucho mayores nos las tiene Dios prometidas. Observemos las unas y aspiremos a las otras. El deleite del mundo es breve, pero la pena que le si– gue es eterna. Pequeño es el sufrimiento de esta vida, pero la glo– ria de la otra es infinita. Muchos son los llamados; pocos los esco– gidos; éstos serán retribuidos". Será importante prepararse para ese encuentro con el Padre celestial. Pues al otro lado de la frontera de la muerte nos espera él con los brazos abiertos de par en par, para darnos ese abrazo eterno que es el cielo. El cielo ha sido creado para nosotros. Por mucho que se ha– ble de un cielo nuevo y de una tierra nueva. De la transformación de todos los seres que evolucionan hacia una plenitud y perfec– ción, que miles de teorías no saben explicarnos convincentemente cómo será, lo cierto es que el cielo no ha sido creado para los gorriones, sino para los hombres. Las cosas son escalones para llevarnos a Dios, no murallas para separarnos de él. Pues el canto de San Pablo sobre la libera– ción y transformación del mundo, no es nada más que el pedestal para nuestro propio encumbramiento: "Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo". -213-
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