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DIOS ES NUESTRO PADRE "Y no sólo eso; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro lnterior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo". (Rom. 8, 23). Hay una gran verdad que debe resplandecer siempre, cual una aurora radiante, en el camino de la vida: Dios es nuestro Padre. A pesar de los sufrimientos, de las enfermedades, de los fracasos, de las frustraciones ... : ¡Dios es nuestro Padre! Si alguna vez se nos ocurre pensar, o nos dicen, cómo es po– sible que nuestro Padre Dios permita todas esas calamidades, te– nemos que responder que a nadie amó tanto Dios como a su pro– pio Hijo Jesús, y a nadie hizo sufrir más. Fue el Redentor que sa– lió crucificado. Por ello nuestro clamor, ante las paradojas de la vida, si tene– mos fe, si verdaderamente confiamos en nuestro Padre Dios, tiene que ser la del profeta: "Aunque me mates, esperaré en Ti". Tenemos que confiar, sobre todo, en nuestro Padre en la ho– ra del morir. Sabemos que El no nos puede dejar desamparados en ese instante supremo, en el cual se decide toda una eternidad. Estamos plenamente seguros de que El nos socorrerá, si le invo– camos. Si está lejos, será siempre porque nosotros no queremos nada con El, porque nos separamos de Dios, porque le rechazamos, quizá. Si rompemos toda vinculación con él, lo único que podrá hacer será llamar con los nudillos de los remordimientos a la puer– ta de nuestra alma. Y los remordimientos, aunque creamos lo con– trario, también son gracia de Dios. Por ello, portémonos siempre como hijos de Dios, en la vi– da y en la muerte. Pues de verdad somos sus hijos y herederos de ese cielo que él ha preparado para nosotros. Había un poeta que -212-

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